Hemorragia posparto: Un desafío médico femenino subestimado, ¿cuán común es realmente?

La hemorragia posparto sigue siendo una de las emergencias obstétricas más graves y, aun así, continúa subestimada debido a métodos de medición imprecisos. Este artículo explora cómo este problema se ha perpetuado y por qué es momento de replantear la forma en que se evalúa la salud materna.

La manera en que históricamente se ha estudiado, comprendido y atendido la salud femenina ha estado marcada por una profunda visión androcéntrica. Este enfoque, que ha permeado desde los modelos experimentales en la investigación biomédica hasta los criterios diagnósticos aplicados en los hospitales, ha dejado lagunas críticas en la atención de patologías específicas de las mujeres. Entre estos vacíos destaca la hemorragia posparto, una complicación que, aun siendo conocida desde hace décadas, sigue envuelta en incertidumbre debido a la forma en que se mide y registra. La investigación reciente ha puesto sobre la mesa que esta emergencia podría estar ocurriendo con mucha más frecuencia de lo que se documenta oficialmente, lo que abre un debate urgente sobre los métodos actuales de monitoreo y las implicaciones que esto tiene en la seguridad materna.

Comprender por qué este cuadro clínico está tan infravalorado implica revisar prácticas arraigadas en la obstetricia, muchas de ellas basadas más en tradición que en evidencia. Durante años, la estimación visual fue la forma estándar de evaluar la pérdida de sangre tras un parto. Aunque este procedimiento parecía práctico, también ha demostrado ser profundamente impreciso, lo que ha llevado a diagnósticos tardíos o incompletos. Con el avance de nuevas herramientas y la disponibilidad de métodos más exactos, la brecha entre las cifras reportadas y la realidad se hace cada vez más evidente. Y allí surge el cuestionamiento esencial: ¿cuántas mujeres están viviendo una emergencia médica sin ser diagnosticadas a tiempo?

La dimensión oculta de la hemorragia tras el parto

La hemorragia posparto se describe como una pérdida de sangre que supera los 500 mililitros después del parto, aunque en contextos clínicos se consideran significativos volúmenes menores cuando están acompañados de signos de compromiso hemodinámico. A pesar de que esta condición se reconoce como la complicación más peligrosa durante el parto, las cifras disponibles no reflejan con claridad su alcance real. Esto no se debe a una falta de interés científico, sino a una limitación técnica arrastrada durante décadas: la forma en que se cuantifica la sangre perdida.

Hasta hace poco, la mayor parte de los estudios clínicos y del trabajo hospitalario se basaban en la observación visual. Se analizaban manchas en sábanas, compresas saturadas o restos visibles en superficies, y con ello se elaboraban cálculos aproximados que terminaban convirtiéndose en registros oficiales. Pero la vista humana no es una herramienta suficientemente precisa para una tarea tan sensible. La evidencia más reciente demuestra que este método subestima los episodios de hemorragia, en algunos casos pasando por alto incluso la mitad de los eventos reales.

El metaanálisis que ha generado este debate, publicado en una revista científica especializada en salud femenina y obstetricia, examinó más de 80 investigaciones que comparaban métodos visuales con herramientas de medición objetiva. Los resultados revelaron una discrepancia alarmante: mientras que los sistemas tradicionales calculaban una prevalencia cercana al 4%, las mediciones precisas aumentaban esa cifra hasta aproximadamente el 13% en partos vaginales. Esto implica que una de cada ocho mujeres podría estar experimentando una pérdida de sangre clínicamente significativa sin que se registre con exactitud.

Ese desequilibrio no solo altera las estadísticas a nivel mundial, sino que también influye en cómo los sistemas de salud distribuyen recursos y planifican estrategias para el cuidado materno. Además, lo que es aún más preocupante, significa que miles de mujeres pasan por su posparto inmediato en situación de riesgo sin que se activen protocolos adecuados.

La raíz del problema: mediciones subjetivas y una larga inercia clínica

¿Por qué se sigue utilizando un método que la ciencia ha demostrado insuficiente? La respuesta es compleja y tiene múltiples capas. Por un lado, están los factores operativos y económicos. Implementar herramientas de medición exacta —ya sean paños calibrados, sistemas gravimétricos o dispositivos volumétricos— requiere recursos adicionales, capacitación del equipo y cambios relevantes en la dinámica de los partos. En muchas maternidades, especialmente en las regiones con menos presupuesto, estos ajustes resultan difíciles de incorporar a la rutina diaria.

Por otro lado, la tradición juega un papel importante. La evaluación visual ha sido parte de la práctica obstétrica durante décadas y, como en cualquier ámbito médico, cambiar procedimientos establecidos requiere tiempo, capacitación y un sólido apoyo institucional. Cuando un sistema de salud ha operado durante años siguiendo ciertas directrices, hay una inclinación natural a conservarlas, incluso cuando surgen opciones más exactas.

La investigación ha desempeñado un papel crucial en esta inercia. Debido a que numerosos estudios anteriores se fundamentaban en mediciones subjetivas, la literatura científica se ha edificado sobre estimaciones inexactas, reforzando la percepción de que la hemorragia posparto es un fenómeno relativamente poco frecuente. Solo ahora, con el auge del enfoque en salud femenina y el impulso hacia una medicina basada en evidencia más rigurosa, se está revisando la validez de esos métodos heredados.

A esto se suma la dificultad técnica que representan ciertos tipos de parto. En las cesáreas, por ejemplo, la mezcla de sangre con otros fluidos puede complicar las mediciones volumétricas. Aunque existen herramientas específicas que permiten separar y cuantificar con más exactitud, su implementación no siempre es sencilla.

En conjunto, estos elementos han provocado que la evaluación subjetiva continúe utilizándose a pesar de sus claras limitaciones. Sin embargo, la ciencia es contundente: seguir con este enfoque significa mantener un riesgo innecesario para las mujeres y perpetuar un problema que, con las herramientas apropiadas, podría tratarse de manera mucho más eficaz.

Impacto en la salud de las madres y la urgencia de un cambio auténtico

El infradiagnóstico de la hemorragia posparto tiene un impacto directo y significativo en la salud de quienes acaban de dar a luz. Si la pérdida de sangre no se identifica a tiempo, el tratamiento se retrasa o, en el peor de los casos, no se administra. Esto aumenta la probabilidad de complicaciones como anemia grave, transfusiones urgentes, intervenciones quirúrgicas adicionales e incluso daños en órganos vitales. En las regiones con menos acceso a recursos médicos, el riesgo de mortalidad materna se incrementa considerablemente.

Además del impacto individual, existe una consecuencia sistémica. Si los registros oficiales subestiman la cantidad de casos reales, los centros de salud reciben menos recursos de los necesarios. Esto se traduce en menor suministro de sangre para transfusiones, menos personal capacitado, espacios de UCI insuficientes y protocolos incompletos. El problema, entonces, deja de ser un asunto clínico aislado para convertirse en un desafío estructural que afecta a comunidades enteras.

La falta de precisión en el diagnóstico también puede generar desigualdades. Cuando la salud de las mujeres se evalúa con herramientas menos rigurosas que las utilizadas para otras condiciones, se refuerza la brecha histórica que ha afectado a la medicina femenina. Esto ocurre no solo con la hemorragia posparto; otras condiciones exclusivas o más frecuentes en mujeres podrían estar atravesando el mismo problema. Enfermedades cuyo diagnóstico depende de percepciones subjetivas o criterios poco estandarizados pueden estar infrarrepresentadas, dificultando su reconocimiento y tratamiento oportuno.

El reconocimiento de esta problemática está impulsando una conversación más amplia sobre la necesidad de replantear la forma en que se estudian y atienden las afecciones ginecológicas y obstétricas. Especialistas en ginecología señalan que aún persisten sesgos que minimizan la importancia de ciertas urgencias femeninas frente a otras que afectan al cuerpo masculino. Se mencionan ejemplos como la torsión ovárica, una emergencia que requiere atención inmediata, pero que históricamente ha recibido menos prioridad en comparación con su equivalente masculino.

El progreso hacia una medicina más justa no solo requiere mejorar la tecnología y las metodologías, sino también concienciar al personal médico, revisar los protocolos de formación y asegurar que las políticas de salud incorporen una perspectiva más amplia y equitativa. En el caso de la hemorragia posparto, la implementación sistemática de métodos de medición objetiva es un paso esencial para prevenir complicaciones y salvar vidas.

Por Aviso Peruano