La avalancha humana que esperaban las autoridades por cuenta de un cambio anunciado en las normas no tuvo lugar. Durante los últimos días, el número de arrestos de inmigrantes ilegales en la frontera sur de Estados Unidos ha sido inferior a la media del mes de abril, algo que ha servido para que los ojos de la opinión se desvíen hacia otros temas considerados más urgentes.

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Eso no quiere decir que el ánimo de cruzar la línea limítrofe entre México y su vecino del norte —que se extiende a lo largo de 3.152 kilómetros desde el noroeste de Tijuana hasta la desembocadura del río Bravo— haya disminuido. Múltiples reportes hablan de decenas de miles de individuos que siguen a la espera de poder pasar al otro lado cuando se les presente la oportunidad.

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Dentro de ese grupo de personas de las más diversas nacionalidades, también hay un número importante de colombianos. Según los datos de Migración Colombia, el territorio mexicano es ahora el que registra el mayor ingreso neto de oriundos de este país en lo que va del año (por encima del español o el estadounidense), aunque todo indica que se trata de un punto intermedio antes de buscar la forma de entrar a América del Norte.

De tal manera, el tamaño de la diáspora sigue en aumento. Durante los primeros cuatro meses de 2023, y de acuerdo con la misma fuente, salieron por los aeropuertos del territorio nacional más ciudadanos de Colombia de los que regresaron: 219.096. Esa dinámica apunta a que se superaría otra vez la cifra del medio millón anual, que está muy por encima de los registros observados desde antes de la pandemia.

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Nada hace pensar que el flujo proveniente de esta y otras latitudes disminuirá pronto. Para comenzar, la falta de mano de obra en Estados Unidos hace altamente probable que, aun sin tener sus papeles en regla, cualquier individuo pueda conseguir oficio. La oficina de estadísticas laborales en Washington calcula que hay casi 10 millones de vacantes que no han podido ser llenadas.

Pero más allá de lo que pasa en la tierra del tío Sam, el caso pone de presente la que debería ser una de las grandes improntas del siglo XXI: el aumento de las corrientes migratorias en un mundo en donde la búsqueda de un mejor mañana lleva a tantos a irse del lugar en que nacieron. Aparte de que las razones de siempre están ahí, aparecen factores adicionales que hacen factible algo mucho mayor.

A sabiendas de lo que puede pasar, los expertos sostienen que es viable hacer las cosas bien, permitiendo que los que arriban sean fuente de progreso en el sitio de donde vienen y en el que llegan. Como señala el profesor Michael Clemens, la pregunta correcta no es si la migración es buena o mala, sino sobre las políticas e instituciones que la pueden hacer mutuamente benéfica.

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“Económicamente hablando, esta es la mayor oportunidad de arbitrar recursos en el mundo”, subraya el experto vinculado a la universidad George Mason. “No hay otra manera para que típicamente los trabajadores puedan aumentar de manera masiva y con tanta rapidez su productividad, como la de laborar en un país diferente”, agrega.

Repartidores de comida rápida entregan pedidos a migrantes en el muro fronterizo, en la ciudad de Tijuana, Baja California.

Desde el comienzo

No está de más señalar que el movimiento de personas es tan antiguo como el propio Homo Sapiens. A partir de la conformación de las primeras tribus nómadas que seguían manadas de animales en lo que hoy es África, el desplazarse de un lado a otro acabaría poblando todos los continentes en un lapso de miles de años.

Con el paso del tiempo tuvieron lugar conformaciones de grupos, fusiones y divisiones, que derivarían en múltiples etnias, lenguajes y culturas. En sitios donde ha primado el mestizaje —como en América Latina— una simple prueba de ADN a cualquier ciudadano tenderá a mostrar una multiplicidad de raíces.

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¿Por qué la gente se desplaza de dónde vio la luz? La respuesta simple es por el deseo de mejorar o debido al miedo que nace de una guerra o una hambruna.

Romper con una manera de ser sedentaria es más fácil en el mundo de hoy, gracias a las facilidades en materia de comunicaciones. De un lado, están las imágenes y los sonidos que muestran realidades distintas a lo conocido y crean ilusiones sobre tierras prometidas. Del otro, existen más métodos de transporte, por tierra, mar y aire.

No obstante, es indiscutible que la capacidad de cambiar de país no es la misma para todos. Tanto el pasaporte original, como el patrimonio y las habilidades, determinan que alguien pueda franquear con mayor o menor dificultad un puesto fronterizo.

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A lo largo de los dos últimos siglos, tanto en Europa como en América, las políticas migratorias han oscilado entre la apertura y el ostracismo. Políticamente el tema es complejo en cualquier lugar, como bien lo sabe Joe Biden en su aspiración de quedarse otros cuatro años en la Casa Blanca. Y en el Viejo Continente, los partidos nacionalistas de extrema derecha siguen ganando apoyo entre aquellos votantes que creen que ciertos valores están en peligro de desaparecer.

Cuando los políticos no son serios respecto a la necesidad de construir nuevas y mejores instituciones para regular la migración, esto crea oportunidades para que los populistas ganen más poder.

“Hemos visto los riesgos en todas partes”, dice Michael Clemens. “Cuando los políticos no son serios respecto a la necesidad de construir nuevas y mejores instituciones para regular la migración, esto crea enormes oportunidades para que los populistas ganen más poder, culpando falsamente a los recién llegados de los problemas de los ciudadanos”.

Contra lo que podría creerse, así como hay oleadas repentinas y caos, también hay ejemplos de orden. En la zona del medio oriente, el auge del petróleo llevó a que la población migrante pasara de unas 240.000 personas en 1960 a 30 millones en 2020, la inmensa mayoría con papeles temporales.

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Otros saben que la clave del progreso descansa en no cerrar las puertas. En Australia, cerca de un 30 por ciento de su población es oriunda de otra latitud, una proporción que en Canadá oscila alrededor del 20 por ciento y en Estados Unidos del 15 por ciento.

Incluso Colombia se convirtió en un ejemplo a nivel global por cuenta de haber acogido a más de dos millones de venezolanos en menos de cinco años. De la noche a la mañana, uno de los países con menor número de migrantes en el mundo como proporción de su población total, recibió al equivalente de casi el 5 por ciento de sus habitantes.

Cientos de migrantes venezolanos, colombianos y haitianos varados en la zona fronteriza de Perú y Chile.

Foto:

EFE/ Patricio Banda

Lo anterior no desconoce que cualquier proceso migratorio es traumático. Aparte de cambiar de vecinos y costumbres, está el desafío de conseguir trabajo, sustento, vivienda y, en múltiples ocasiones, aprender una lengua distinta o soportar la discriminación.

También son ciertos los abusos de todo tipo, comenzando por las mafias que trafican personas y por las autoridades corruptas. Los relatos de quienes han logrado cruzar el Tapón del Darién para llegar a Panamá en su ruta hacia el norte muestran de manera descarnada cómo es el infierno en la Tierra.

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Aun así, la promesa resulta ser tan grande que pocos lo piensan dos veces. Si bien suena cruel, la ley de las probabilidades muestra que la mayoría logra completar la travesía hasta su destino, así parta desde Filipinas, Senegal o Ecuador. Las deportaciones tienen un propósito disuasorio, pero no logran su cometido más allá de que acaben con el sueño de los afectados.

Lo que viene

De acuerdo con cálculos del Banco Mundial, a mediados de 2022 unos 286 millones de personas vivían fuera de su país de nacimiento, de los cuales 32 millones tenían la categoría de refugiados. Esa proporción, inferior al 4 por ciento de la población global, viene ligeramente en ascenso en las últimas décadas.

Por su parte, la entidad multilateral afirma en la edición de 2023 de su informe de desarrollo, dedicado al tema de la migración, que 184 millones de personas no tienen nacionalidad en donde residen. La distinción es importante porque los derechos de alguien que haya podido naturalizarse son mucho más amplios que incluso los de los trabajadores con papeles en regla.

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Pero más allá de esa división, el número debería seguir creciendo. El motivo es que los factores que propician el desplazamiento —forzado o voluntario— vienen en aumento.

Para comenzar, están los elementos conocidos. Las brechas de ingreso entre regiones ricas y pobres seguirán presentes, con lo cual lo que gana un trabajador puede multiplicarse por seis solamente por el hecho de traspasar la frontera de una nación desarrollada. Salir de la trampa de la pobreza o educar bien a los hijos resulta más sencillo en aquellas sociedades en donde persisten el Estado de bienestar y las posibilidades de empleo formal.

No menos importante es la combinación de fragilidad política, conflicto y violencia. Las turbulencias que se observan en América Latina, África o Asia impulsan a muchos a buscar países donde la justicia opere y la inseguridad no sea una preocupación diaria, para no hablar de lugares donde hay guerras.

Aparte de lo anterior, el cambio climático es cada vez más un elemento determinante. Ya sea por el aumento en el nivel promedio de los mares que golpea las zonas costeras o por la desertificación de vastas áreas de la geografía global, el alza en las temperaturas ocasionará que poblaciones enteras se vean obligadas a moverse a otros sitios.

Escenarios catastróficos pueden conducir a que el acceso al agua termine por definir qué sitios se abandonan y cuáles deberán ser más poblados. Alteraciones en los patrones de lluvias o corrientes marinas abren interrogantes sobre la manera en que se puedan mitigar eventos mucho más extremos que los que ahora son usuales, llegando a ocasionar éxodos masivos.

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De otra parte, está el cambio demográfico en un mundo que se está envejeciendo a pasos agigantados y en el cual hay naciones cuya población caerá en forma acelerada, mientras en otras partes hay altas tasas de natalidad. Sobre el papel, los faltantes en un lado se podría compensar con los excesos de otro, para garantizar la prestación de numerosos servicios y la sostenibilidad de los sistemas pensionales.

El Banco Mundial afirma que la población en edad de trabajar en las naciones en desarrollo crecerá en 552 millones de personas de aquí a 2030, lo cual plantea un enorme desafío en lo que atañe a generación de empleo. Mientras tanto, ya sea en Estados Unidos, Suecia o Japón, los cuellos de botella en el mercado laboral son y serán más evidentes, para solo citar varios ejemplos.

Cierto equilibrio podría alcanzarse con relativa facilidad. “Muchos países están innovando para encontrar mejorías vías a la hora de regular la migración, a tono con el siglo XXI”, sostiene el profesor Clemens.

No obstante, el problema es la presencia de prejuicios que llevan a la construcción de barreras, las cuales no parecen sencillos de superar. Un futuro de muros limítrofes, barcos patrulleros, redadas y expulsiones de personas suena totalmente posible, más allá de que un análisis racional demuestre que son mejores los flujos ordenados y la asimilación.

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Muchos países están innovando para encontrar mejorías vías a la hora de regular la migración, a tono con el siglo XX.

Por eso es tan importante insistir en verdades conocidas en la comunidad académica, como es el saldo positivo que deja la migración en crecimiento económico, recaudo de impuestos, espíritu emprendedor y diversidad. Tal como señala la expresión, lograr un gana-gana es casi seguro si las cosas se hacen bien.

Y es que no hay que olvidar que los países emisores reciben y recibirán transferencias cada vez mayores. Tan solo en 2022 las remesas enviadas a economías pobres y emergentes ascendieron a 626.000 millones de dólares, de acuerdo con el Banco Mundial. La cuenta no registra el desarrollo de vínculos comerciales, la formación de personas en nuevas habilidades o el impulso al turismo, que tampoco es menor.

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Al respecto, no faltan los debates sobre el costo de la fuga de cerebros y el magnetismo que ejercen los países más ricos que así extienden su dominación sobre los demás.

Pero esa polémica no está en la mente de quien quiere jugar con cartas diferentes a las que le repartió el destino.

La migración internacional, tanto en Colombia como en la gran mayoría del planeta, es una realidad. El desafío consiste en que, en lugar de crear crisis, sea una oportunidad de progreso para la humanidad.

RICARDO ÁVILA PINTO
PARA EL TIEMPO​