En las últimas dos décadas, el efecto placebo no ha dejado de aumentar entre los pacientes con depresión, ansiedad, déficit de atención y otras condiciones psiquiátricas, o los que sufren dolor.
El placebo es el fenómeno por el cual un medicamento o un tratamiento falso (por ejemplo, una píldora que solo contiene azúcar) produce, sin embargo, una mejora en un paciente. El asunto no es una novedad. Lo desconcertante es que su potencia ha ido aumentando en el tiempo.
Un estudio publicado a finales de septiembre en ‘Nature Mental Health’ es el último de una serie de trabajos que han ido desvelando este cambio en los últimos años. Esta investigación ha detectado un efecto placebo creciente en la estimulación magnética transcraneal (TMS, en sus iniciales inglesas).
En esta terapia, se pone un casco que envía señales magnéticas a pacientes con depresión. Si se usa un casco falso (que en realidad no emite ninguna señal) una fracción de los pacientes sigue registrando mejoras. Es más, esta fracción ha ido aumentando desde finales de los años 90.
¿Dónde está aumentando el efecto placebo?
“Los placebos son eficaces en las dolencias en las cuales dolor, malestar, angustia, miedo, preocupación son parte de la enfermedad”, explica Walter Brown, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Brown (EEUU). Eso afecta a muchas condiciones mentales, y también a dolores de estómago, de espalda y ciertos problemas de movilidad.
“El placebo funciona con síntomas de los cuales tenemos experiencia consciente. Si te dicen: ‘este medicamento reduce tu cortisol‘ es improbable que notes un cambio. Si al contrario te dicen: ‘este medicamento reduce tu dolor‘”, puede que notes una reducción”, explica Luana Colloca, profesora de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Maryland.
El último estudio analiza centenares de ensayos hechos a partir de 1999 con la TMS. Para demostrar la eficacia de una terapia, los investigadores tienen que demostrar que funciona mejor que un placebo. Por eso, en los ensayos siempre hay un grupo de pacientes a los cuales se les pone un casco igual al real, que hace los mismos sonidos, y, sin embargo, no aplica ningún campo magnético al cráneo. Para ser considerada válida, la terapia real tiene que funcionar mejor que la falsa.
Analizando retrospectivamente todos esos estudios, los investigadores han notado que a lo largo de los años, la magnitud de efecto placebo se ha hecho cada vez mayor. Estudios anteriores habían detectado lo mismo en pastillas contra la depresión y otros tratamientos contra la ansiedad, la pérdida de memoria el dolor e incluso la alta presión sanguínea.
¿Cómo se explica el aumento?
La TMS estuvo rodeada de dudas, por recordar las salvajes terapias de electroshock. Sin embargo, su aprobación en EEUU y otros países le ha quitado el estigma.
“La gente empieza a confiar en la terapia. A la vez, la terapia está mejorando y eso arrastra aún más el efecto placebo”. Así interpreta sus resultados Tifei Yuan, investigador de la Universidad Jiao Tong de Shanghái y coautor del reciente trabajo. De hecho, el estudio detecta un incremento de eficacia paralelo al incremento del efecto placebo.
Sin embargo, otros expertos discrepan. “Es difícil que los pacientes sepan exactamente si una terapia está mejorando o no”, observa Emiliano Santarnecchi, investigador de la Escuela Médica de Harvard. Este experto cree que la TMS es un caso especial. “Es un placebo fantástico: una terapia cara, con un dispositivo complejo que emite sonidos y proyecta la imagen del cerebro en una pantalla, técnicos en bata blanca, etcétera”, explica.
Además, Santarnecchi comprobó en un estudio anterior que la TMS estimula áreas del cerebro que están justamente relacionadas con el efecto placebo. O sea, que la propia terapia podría estar amplificándolo. De hecho, Brown cree que el crecimiento de eficacia de la terapia se debe esencialmente al crecimiento de su componente de placebo.
“Además es una terapia que ha tenido una tremenda publicidad, generando grandes expectativas”, explica el investigador. “La atención que prestamos al marketing de los tratamientos amplifica la respuesta de placebo”, afirma Colloca.
Brown apunta a otra explicación más sutil. “Con el tiempo, se hace cada vez más difícil encontrar voluntarios para los ensayos clínicos, porque ya hemos agotado el conjunto de personas que estaban disponibles inicialmente. Por eso, se acaban fichando a personas con condiciones más débiles, que son más susceptibles al efecto placebo”, explica.
¿Qué hacemos con el placebo?
A la espera de aclarar el asunto, las empresas farmacéuticas constatan que demostrar la eficacia de ciertas terapias se hace cada vez más difícil, porque tienen que superar un umbral de placebo cada vez más alto.
Brown y Santarnecchi creen que se debería aprovechar la eficacia de los placebos, por ejemplo, acompañando las terapias efectivas con placebos que amplifiquen su eficacia.
Pero ¿es aceptable suministrar tratamientos ineficaces? Brown apuesta por los placebos “de etiqueta abierta”: algunos estudios encuentran mejoras incluso en pacientes que saben que toman un placebo. Los placebos podrían reducir el uso de opioides en el tratamiento del dolor, por ejemplo.
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Santarnecchi cree que estos tratamientos deberían ser más baratos que los eficaces. Sin embargo, no faltan antecedentes de grandes negocios fundados en terapias sin eficacia comprobada, como la homeopatía.
Colloca se siente incómoda frente a la perspectiva de pagar por píldoras de azúcar. “¿Realmente necesitamos tomar una pastilla para conseguir ese beneficio, o una terapia de grupo o terapias con realidad virtual pueden conseguir lo mismo? Hay que estudiarlo”, concluye.